La Unión Soviética en la Guerra Civil Española
Por Ronald Radosh, Mary R.Habeck y Gregory Sevostianov
Reseña de David Pryce-Jones
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A sus contemporáneos, la Guerra Civil Española les pareció una lucha
épica, casi bíblica, entre el comunismo y el Fascismo, es decir, entre el bien
y el mal. Y para la mayoría de los contemporáneos, el resultado fue desastroso:
La victoria fascista significó que no había posibilidades de poner en práctica
el comunismo en Europa occidental, y que tampoco las había de detener a Hitler.
Desde entonces, los comunistas y sus partidarios han alegado que fueron los
únicos que hicieron un esfuerzo serio por impedir la próxima guerra mundial. Es
posible que los comunistas hayan hecho cosas malas en otras partes, pero en
España su causa fue pura hasta el romanticismo. Como resultado de muchas
historias y memorias, esa sigue siendo, hasta el día de hoy, la opinión generalmente
aceptada.
España Traicionada es una formidable demolición de ese mito. Consiste en
una colección de 81 documentos previamente inéditos de los Archivos Militares
del Estado Ruso, todos ellos informes de agentes y asesores soviéticos en el
terreno durante la guerra civil. El material es especializado, seguro, un
recuento de acontecimientos políticos y militares diarios, algunas veces en
minucioso detalle, pero los editores lo colocan todo en contexto con breves y
atinados comentarios. Uno de ellos, Ronald Radosh, es un antiguo comunista cuyo
tío luchó en España. En algunos escritos recientes, incluyendo una
autobiografía, Radosh ha estado ajustando cuentas con sus previos y desastrosos
errores políticos. Este libro es otro paso en ese proceso. Los otros dos
editores son académicos: Mary R. Habeck de Yale y Grigory Sevostianov del
Instituto de Historia Universal de Moscú.
De una forma o de otra, esos documentos pasaron por la Comintern, el
buró en Moscú que dirigía las operaciones soviéticas en el exterior para
Stalin. La Comintern podía recurrir a los servicios de sus propios operativos;
de la policía secreta, posteriormente llamada la KGB, de la inteligencia
militar o el GRU, y de los partidos comunistas de Europa. En su conjunto, esos
documentos muestran como Stalin trató de convertir a España en un satélite
soviético. De haber triunfado, hubiera extendido el alcance comunista y hubiera
rodeado a Alemania y a Francia.
España, pobre y atrasada a principios del siglo XX era una monarquía
fallida con una historia de golpes de estado y ineficientes regímenes
parlamentarios. En los años 30, la derecha conservadora enfrentó una frente
izquierdista de comunistas, socialistas y anarquistas, generalmente
clasificados como republicanos, incapaces de ponerse de acuerdo pero
promoviendo, con creciente intolerancia, su particular tipo de revolución.
España era el único país del mundo con un movimiento anarquista de masas – los
discípulos de Bakunin, el implacable enemigo de Marx. Improbable como era, la Izquierda
formó una coalición bajo Francisco Largo Caballero, un veterano sindicalista
socialista conocido como el Lenin español. A principios de 1936, el Frente
Popular llegó al poder mediante elecciones. Ese verano, el asesinato del líder
conservador José Calvo Sotelo coincidió con un alzamiento militar de los
llamados nacionalistas bajo Francisco Franco, un oscuro general al mando de
tropas españolas y marroquíes. Atrocidades cometidas por ambas partes
inflamaron las pasiones hasta el punto de hacer imposible cualquier compromiso.
Renuentes a apoyar a ninguna de las partes, Gran Bretaña y Francia no
intervinieron. Fue una decisión correcta tomada por razones equivocadas. Era
parte de una política general de apaciguamiento de los dictadores que estaba
creando un vacío político en Europa. Conscientes de su propia debilidad, ambos
lados pidieron ayuda a los dictadores: los republicanos a Stalin y los
nacionalistas a Hitler y Mussolini. Los dictadores respondieron tratando de
llenar el vacío político. La guerra civil tomó entonces el carácter
internacional de una lucha entre ideologías rivales.
La distribución de fuerzas estimuló la ilusión colectiva de tantos
intelectuales de los años 30, entre los que el comunismo había arraigado con el
fervor de una religión mesiánica. Todo tipo de celebridades, científicos con
Premios Nobel, escritores y filósofos, se unieron para elogiar a Stalin y la
Unión Soviética. Naturalmente, gente bien intencionada se sentía inclinada a
creer que tantos destacados pensadores y artistas debían de tener razón, y que
el comunismo representaba el progreso. Los intelectuales peregrinaban a España.
Ayudaban mediante fervorosos testimonios en formas de novelas, reportajes o
películas. Los más modestos manejaban ambulancias y servían como enfermeras.
Unos 50,000 hombres de una docena de países se inscribieron como voluntarios
para luchar en las Brigadas Internacionales. Era toda una Cruzada.
La revolución, y sus imágenes de trabajadores armados viajando en
camiones, parecía irradiar poderes invisibles. Las batallas de Madrid y
Brunete, Teruel y la caída de Málaga parecían las etapas de una vía dolorosa.
Iconos legendarios incluyeron la Guernica de Picasso, el cuadro más famoso del
siglo, y la foto de Robert Capa de un soldado en el mismo momento de caer por
la causa, brazos abiertos como en una crucifixión.
Uno de los más furiosos y efectivos panfletos nunca publicado fue “Los
Autores Toman Partido en la Guerra Civil Española’’, en el que 127 distinguidos
intelectuales se declararon pro-comunistas, 16 neutrales (incluyendo a T.S
Eliot, Ezra Pound y H.G. Wells) mientras sólo cinco disentían (uno de ellos fue
Evelyn Waugh). En uno de los poemas más celebrados del siglo, W.H.Auden
escribió una famosa línea: “La aceptación consciente de la culpa en el
asesinato necesario,’’ que ilustra claramente a que abismos podían llevar las
ilusiones sobre el comunismo a un hombre de tanto talento. George Orwell iba a
responder que sólo podía haber sido escrito por alguien que no estaba presente
cuando se apretaba el gatillo.
Para 1936, Stalin estaba presidiendo una masiva campaña de asesinatos.
Evidentemente, Hitler era otro ambicioso y siniestro criminal pero la
suposición de que sólo los comunistas podían enfrentar con éxito al nazismo era
un elemento central a la simplificación de la Guerra Civil Española como una
lucha apocalíptica entre el Bien y el Mal. La ecuación era falsa. Lejos de
representar los polos opuestos del espectro político, ambos dictadores era
idénticos en su inhumanidad.
En gran medida, los historiadores profesionales han acostumbrado
mantener que Stalin era sinceramente antifascista pero cautelosamente dedicado
a un acto de equilibrio, enviando suficiente ayuda al Frente Popular para
garantizar que no perdiera, pero o tanto como para que pudiera ganar y, por
consiguiente, provocar a Hitler a una confrontación total. Sin embargo,
historiadores modernos han mostrado que, durante todo el tiempo, Stalin estaba
sondeando a Hitler para ponerse de acuerdo en una división de esferas de influencia,
como se consiguió brevemente en el pacto Nazi-Soviético de 1939. También ha
quedado claro que Stalin se llevó las reservas de oro del gobierno español para
salvaguardarlas pero que cobró las armas que suministró y que, al imponer una
tasa de cambio que era más del doble de la oficial, le estafó cientos de
millones de dólares a sus supuestos aliados.
Inicialmente, la Comintern utilizó al dirigente comunista
argentino Vittorio Codovila como su principal representante en España. A
mediados de 1973,fue sustituido por Palmiro Togliatti, el secretario general
del Partido Comunista Italiano, cuyos informes son particularmente sutiles.
Otro representante del Comintern con responsabilidades especiales por las
Brigadas Internacionales fue el francés Andre Marty, conocido como el
“carnicero de Albacete’’ y celebrado por Ernest Hemingway en Por Quien Doblan
las Campanas por su indiscriminado uso del terror contra amigos y enemigos por
igual. También reportaban a la Comintern un amplio grupo de embajadores,
cónsules, comisarios y asesores militares soviéticos que tenían que trabajar
dentro del contexto del Gran Terror de Stalin. Muchos de ellos fueron
convocados a Moscú y ejecutados sumariamente.
Uno de los documentos más fascinantes es un informe fechado diciembre de
1937. Tiene más de 70 páginas y está escrito pro Manfred Stern, un comandante
de brigada más conocido por el seudónimo de General Emilio Kléber. Stern/Kébler
describe las constantes discusiones, intrigas y celos entre sus colegas
soviéticos, los comunistas españoles y las Brigadas Internacionales que
condenaron su desempeño en el terreno. Tratando de justificarse a si mismo en
minucioso y a veces ficticio detalle, estaba, en realidad, luchando por su
vida. Fue denunciado poco después por uno de sus jefes como un enemigo del
pueblo, y él también desapareció para siempre.
En su mayoría, esos hombres eran sumamente calificados y algunas tenían
verdaderos talentos políticos. Parecen haber comprendido desde muy temprano que
era muy improbable que los comunistas pudieran ganar pero tenían que envolver
ese mensaje para Stalin en un cuidadoso y precavido lenguaje marxista. Atisbar
de vez en cuando en correspondencia privada es sentirse abrumado por el
servilismo con que presentaban o retorcían los hechos para que Stalin oyera lo
que quería oír, y por la increíble discrepancia entre lo que Stalin estaba
realmente haciendo y lo que los peregrinos pro-comunistas se imaginaban que
hacía.
También Stalin comprendió rápidamente que Largo Caballero no era ningún
Lenin español. Testarudo e intransigente, Caballero tenía que retirarse. No
sólo era inefectivo como dirigente de la guerra sino que ni siquiera podía
controlar a los anarquistas. El objetivo de estos era la revolución, que
consideraban indispensable para poder ganar la guerra. Pero la revolución
anarquista amenazaba enfrentar a Stalin con Hitler. Stalin necesitaba un
pretexto para liquidarlos y en documentos incluidos en el libro que se remontan
a la primera parte de 1937, sus asesores le proporcionaron uno. Para ser un
trotskista, como Trotsky y otros rivales de Stalin había aprendido, era una
sentencia de muerte garantizada. Los asesores elaboraron la absurda acusación
de que anarquistas y trotskistas eran lo mismo.
Estos documentos también muestran con que habilidad los agentes de la
Comintern manipularon la salida de Largo Caballero en 1937 y lo sustituyeron
con Juan Negrín, un oscuro profesor de fisiología, y delator estalinista. Se
crearon así las condiciones para desencadenar los acontecimientos más terribles
de la Guerra Civil, empezando aquel mismo mayo en Barcelona, donde los
comunistas se volvieron contra los anarquistas y los masacraron. Los comunistas
siempre han culpado a los anarquistas por eso, pero los documentos de ese mes,
particularmente el documento 44, un informe del frente por un agente llamado
Goratsy afirman que los comunistas “tenían un odio terrible contra los
anarquistas – mayor que hacia los fascistas” y estaba a favor de “un ajuste de
cuentas final” con ellos. Los editores le dan gran importancia a este
documento.
El líder anarquista Andrés Nin fue asesinado, y se hizo aparecer que el
crimen había sido cometido por agentes alemanes. Andre Marty mantuvo ocupados
sus pelotones de fusilamiento y miembros de las brigadas internacionales
estuvieron entre sus víctimas. George Orwell había estado en el frente con los
anarquistas. Allí recibió un disparo que le atravesó el cuello. Por estar
recuperándose en Barcelona, logró escapar de la masacre comunista, y en
Homenaje a Cataluña describió como los comunistas habían demostrado aquí ser
iguales a los nazis. Como resultado, le fue casi imposible encontrar un editor
y en los círculos literarios se convirtió en una no-persona. Tras la matanza de
Barcelona, Negrín y los soviéticos dirigieron una policía estatal muy parecida
a la KGB con denuncias, torturas y más disparos en la nuca para los
desobedientes.
Al traicionar a sus compañeros de lucha, Stalin frustró la revolución en
España. En ese paradójico sentido, los comunistas tuvieron un efecto
conservador. No menos paradójicamente, la victoria de Franco bien pudiera haber
salvado a Gran Bretaña en 1940. Tras la caída de Francia, Hitler quería mandar
tropas a capturar Gibraltar y el Mediterráneo. Sin el petróleo del Medio
Oriente, Gran Bretaña no hubiera podido resistir. Pero Franco rehusó darle paso
al ejército alemán, y Hitler no pudo hacer nada. No hubiera tenido tantos
escrúpulos con una España comunista, especialmente en una época en que tenía un
pacto con Stalin.
Para los soviéticos, España fue un laboratorio para experimentar con la
política imperialista que iba a utilizar posteriormente en la Europa del este
y, mucho más allá, en Chile, Nicaragua y Etiopía. En términos de estrategia,
aprendieron que la presencia del Ejército Rojo era decisiva para apoderarse de
los países contra su voluntad. En términos de táctica, aprendieron a exilar o
asesinar a sus adversarios rápidamente, y luego captar izquierdistas del tipo
de Negrín en coaliciones temporales para conseguir una fachada de “amplitud” y
legitimidad democrática. España fue el prototipo de la “democracia
popular” que se instaló en los satélites de todo el imperio soviético después
de la II Guerra Mundial.
Franco permaneció como un paria político hasta el final de sus días. Su
régimen, desagradable pero más bien benévolo si se mide por los estándares de
los regímenes autoritarios, fue considerado como igual al de Hitler. Felices de
poder visitar Moscú, los liberales americanos subrayaban su boicot a
España. Perpetuando el mito comunista derivado de la Guerra Civil
española, lo extendieron a otros países en otras épocas. Cada vez que los
soviéticos o los comunistas locales conquistaban algún nuevo territorio,
conseguían el invariable apoyo de los intelectuales que seguían afirmando que
el robo y el asesinato, a nombre de la justicia social, eran progresistas.
Halagados por verse a si mismos como cruzados de esa justicia social, se
engañan a sí mismos. El status de los intelectuales todavía no se ha recobrado.
Es un fenómeno alucinante.
España Traicionada es una importante contribución a la
historia contemporánea. Su información va a penetrar, lenta pero seguramente,
en la historiografía ayudando a restablecer el respeto por el intelecto y por
la verdad. Debería de ser imposible alegar que el comunismo en España era una
causa noble. Aunque quizás sea esperar demasiado.
Traducción: AR
El gran estadista
Un obstáculo se presenta al biógrafo de un hombre de Estado: el hecho de
que no es fácil evaluar la vida y la obra de estadistas antes de su muerte. En
el caso particular del Generalísimo Francisco Franco, quizás sea algo más fácil
en el sentido de que sobrevivió a la época más controvertida de su carrera -la
guerra civil de España- en casi cuarenta años.
Escribí mi biografía de Franco durante los años 1965-67. En 1966 me
instalé en Madrid con mi esposa y dos de mis hijas. Es decir, que me beneficié
del hecho de que se había terminado la guerra civil casi veinte años antes
-bastante tiempo para tener una perspectiva-. Ahora, como todos los
colaboradores de este número de Razón Española, me beneficio de una perspectiva
aún mayor, puesto que Franco murió hace veinticinco años.
A mi juicio, en el cuadro internacional y con el fracaso del sistema
comunista, claro es que la victoria de los nacionalistas y de su líder, Franco,
en la guerra civil era una contribución de mayor importancia no sólo para la
victoria de la alianza occidental en la II Guerra Mundial, sino también para el
colapso del sistema comunista en el imperio europeo de la URSS.
El mejor método para analizar esos acontecimientos es considerar lo que
hubiera podido acontecer en el caso contrario. Imaginemos la situación en
Europa occidental en el supuesto de una victoria republicana en España. En mayo
de 1937, cuando cayó el gobierno de Largo Caballero, el Partido Comunista casi
dominó el nuevo gabinete del socialista Juan Negrín, quien se mostró dispuesto
a servir los intereses de la Unión Soviética y lo probó al transferir más de la
mitad de las reservas españolas de oro -más de 500.000 $- a Moscú. No cabe duda
de que, en la eventualidad de una victoria republicana, el gobierno vencedor
habría impuesto un régimen comunista. A partir del fin del verano de 1936, no
sólo el régimen soviético, sino también destacados personajes de los partidos
comunistas europeos (tales como el italiano Togliatti, el francés André Marty,
los húngaros Laszlo Rajk y Ernö Gero) ejercieron un gran influjo sobre el
gobierno de Madrid.
Me parece probable que, en tal caso, el efecto de un gobierno comunista
en España hubiera sido muy importante en países como Francia e Italia. En tal
supuesto, también es probable que la influencia de Stalin hubiera crecido de
manera muy peligrosa para la Europa occidental. Tal previsión es hipotética.
Pero de todos modos no puede negarse que en el caso de una victoria militar de
la República se habría multiplicado la influencia de los servicios secretos de
la Unión Soviética, su propaganda y sus "medidas activas", especialmente
la desinformación, que fue una de las actividades más importantes del aparato
subversivo de Stalin. Etc.
Hay que recordar otro elemento importante en la política exterior de
Franco: su decisión de no permitir a Hitler que enviara una fuerza militar alemana
a España con la misión de liberar Gibraltar del dominio británico y que el
ejército alemán se sirviera de la Península Ibérica para alcanzar el norte de
África. También el Führer tenía otro objetivo: persuadir a Franco de que se
adhiriera a la Triple Alianza de Alemania, Italia y Japón.
La reunión de los dos líderes tuvo lugar en la villa francesa de
Hendaya. Ahora bien, Franco calmo y obstinado, se negó a aceptar las propuestas
del Führer, a pesar de largas horas de argumentación traducida al castellano
por su intérprete. En cuanto a Gibraltar, no se podía ni pensar en que tropas
extranjeras llevaran a cabo tal operación porque el orgullo nacional español no
lo permitiría; sólo los españoles podrían liberar la Roca. Más tarde, Hitler
confió a Mussolini que preferiría que le sacaran tres o cuatro dientes antes
que tener que revivir la entrevista de Hendaya.
Cuando Hitler insistió en Gibraltar, afirmó que unidades alemanas en el
sur de Francia ya habían ensayado el asalto sobre una réplica exacta de la
Roca; se había logrado la perfección y el éxito era seguro. Franco respondió
que España estaba hambrienta y necesitaba cientos de miles de toneladas de
trigo inmediatamente. ¿Podía Hitler proporcionárselas? Más dificultades: España
no disponía apenas de armamento moderno y necesitaba cañones pesados para el
asalto a Gibraltar.
En Londres el Primer Ministro británico, Winston Churchill, había
conocido con mucho interés los detalles de las conversaciones entre Hitler y
Franco y había expresado su deseo de visitar al representante del gobierno
nacional en Londres, el Duque de Alba. La reunión tuvo lugar el 9 de diciembre.
Churchill explicó por qué había cambiado de posición. Al principio de la guerra
de España, había sido pro-Franco y contra los "rojos". Más tarde,
teniendo en cuenta las intervenciones de Alemania e Italia, había decidido,
"como un buen patriota inglés", que una victoria de los nacionalistas
no podría ser de interés para su patria. Más tarde, decidió que se había
equivocado y que esperaba tener las mejores relaciones posibles con España.
Añadió: "Yo detesto al comunismo tanto como Vd".
Vistas las acusaciones de la prensa izquierdista: ¿era Franco fascista?
Enfáticamente, la contestación es ¡No! Los principios fundamentales de Franco
eran sencillamente:la patria, la Iglesia y la familia. Dicho esto, Franco se
sirvió de la Falange, tal como aprovechó el apoyo de las potencias nazi y
fascista y su ayuda militar.
La División Azul, compuesta de voluntarios españoles, participó en la
guerra nazi contra la Unión Soviética. En octubre de 1943, en parte bajo
presión inglesa, Franco retiró dicha División de Rusia, durante el repliegue
final de las fuerzas alemanas.
En la Cámara de los Comunes en Londres, el 25 de mayo de 1944, Winston
Churchill elogiaba al Gobierno del General Franco por haberse negado a plegarse
a las amenazas y presiones alemanas. Si lo hubiera hecho -dijo-, el Estrecho de
Gibraltar habría quedado cerrado, el acceso a Malta cortado, y las costas
españolas convertidas en refugio de los submarinos alemanes. Y también los
españoles habían contribuido al éxito de la invasión aliada de África del Norte
con su amistad y sangre fría en un momento en que "el poder de España para
hacernos daño era máximo".
Los aliados de Franco durante la guerra civil -Alemania e Italia-
participaron en el desfile militar en Madrid el 19 de mayo de 1939, pero
retiraron todas sus fuerzas entre el 20 y el comienzo de junio. No hubo una
presencia permanente en España de los ejércitos del Eje.
Retornemos a la Falange. El 30 de enero de 1938, Franco hizo pública su
lista de ministros, durante una pausa de la batalla de Teruel. Una lista
notable por su equilibrio ideológico. Había algo para todos los grupos
integrantes del Movimiento: entre los monárquicos, para los alfonsinos y los
carlistas; para las "camisas viejas" de la vieja Falange y para los
nuevos falangistas; y también para el Ejército, sostén fundamental del
Generalísimo. Dentro de esta lista, lo más importante es examinar sus designaciones
dentro de la Falange. Los dos nombramientos más importantes eran los de Ramón
Serrano Suñer como ministro de la Gobernación, y el del general conde de
Jordana como ministro de Asuntos Extranjeros y vicepresidente del gobierno.
Serrano representaba a la nueva Falange, pero estaba flanqueado de falangistas
viejos, tales como Raimundo Fernández Cuesta. Este último, relativamente joven
a sus cuarenta y un años, había sido amigo de José Antonio, y el Ausente le
había nombrado secretario nacional de la Falange en 1934. Ahora se incorporaba
al primer gabinete de Franco como ministro de Agricultura. Es decir que, dentro
del partido, Fernández Cuesta había adquirido más poder que Serrano Suñer,
mientras que este último ocupaba la cartera de Gobernación, mucho más
importante que la de Agricultura. Un falangista nuevo, Pedro González Bueno,
fue nombrado ministro de los Sindicatos.
Después de la guerra civil, España se encontró aislada en la comunidad
internacional y su economía casi paralizada.
En 1957, Franco nombró tres miembros del Opus Dei para posiciones
relevantes dentro de su gabinete: Laureano López Rodó, Alberto Ullastres y
Mariano Navarro Rubio, respectivamente, en los papeles de secretario general
técnico de la Presidencia, ministro de Comercio y ministro de Hacienda. El Opus
Dei era una asociación de fieles cuyos miembros eran civiles laicos, dedicados
a servir a Dios por medio de su profesión. Los tres gobernantes se dedicaron a
un programa de deflación, con créditos escasos y cortes en el gasto público.
A finales de 1958, dos equipos de expertos extranjeros fueron invitados
a España: la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) y el Fondo
Monetario Internacional (FMI). Esa combinación de equipos técnicos extranjeros
y de tecnócratas españoles se reveló muy efectiva. También Franco estableció
una relación cordial con los Estados Unidos, que culminó con la visita oficial
del Presidente Eisenhower a Madrid el 21 de diciembre de 1959. A pesar de
alguna dificultad, la amistad establecida entre el líder de España y el
Presidente norteamericano facilitó la firma de un Acuerdo de ayuda militar
estadounidense por un importe de 100 millones de dólares.
Durante este mismo período, Franco se desembarazó poco a poco de sus
ministros falangistas. ¡Viva y éxito a los tecnócratas modernos! El 12 de julio
de 1962, Franco retiró de su gabinete a tres falangistas, confirmando a
Ullastres y a Navarro Rubio como ministros de Comercio y Hacienda, y nombró a
otro tecnócrata del Opus Dei, Gregorio López-Bravo, como ministro de Industria.
López Rodó lanzó un primer Plan de Desarrollo Económico y Social en 1964. El
éxito de la transformación económica era casi increíble. El alza espectacular
del turismo fue uno de los signos de dicha transformación. Cuatro o cinco años
antes, España había sido un país "chapado a la antigua"; ahora, era
socio del club de países modernos.
No tengo la intención de detenerme sobre los errores de Franco, pero hay
que recordar un fracaso importante, el hecho de que sus planes para preservar
su esquema constitucional tras su muerte no se realizaron. En 1966, su proyecto
mayor, la Ley Orgánica del Estado, llegó a ser la Constitución de la España
destinada a sobrevivir al Caudillo. De hecho, la historia decidió de otra
manera. El referéndum sobre el texto de la Ley de Reforma Política, fechada el
15 de diciembre de 1977, fue adverso. El franquismo sin Franco no se cumplió.
Bajo las Leyes Fundamentales, los partidos políticos, con la única
excepción del Movimiento (que, a decir verdad, no era un partido, sino una
integración de varios) estaban prohibidos. Después del referéndum todos los
partidos políticos podían existir y funcionar. En poco tiempo (si tengo buena
memoria) centenares de partidos surgieron en España, legales y activos. Pronto
se redujeron a una decena.
Personalmente, me alegro de esta transformación política, que de ninguna
manera disminuye los grandes éxitos de Francisco Franco. El 23 de noviembre,
tres días después de la muerte de Franco, el Príncipe Juan Carlos de Borbón fue
proclamado Rey de España, en presencia del Consejo del Reino y de las Cortes.
El Príncipe había llegado al Palacio de las Cortes en el Rolls-Royce del
Caudillo. Era el principio del fin del régimen anterior, sucedido por una
Monarquía democrática, aceptable para unos y otros. Después de todo, ése era el
mensaje del Valle de los Caídos, símbolo de reconciliación nacional entre los
combatientes de la guerra civil.
Brian Crozier
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